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Engordar para morir: el gusto por lo irreversible

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Desde los folletines del XIX, la regla más sagrada del relato serial consiste en evitar cualquier acto irreversible.

El más oscuro es la muerte, ese viaje que solo expide billete de ida. Por eso Conan Doyle, ante la indignación popular, tuvo que envainársela y resucitar torpemente a Sherlock Holmes tras despeñarlo por las cataratas suizas. Le salvó la elipsis. El bucle pudo restablecerse¹.

La ficción televisiva mantiene, en lo esencial, la mayoría de las características de la literatura por entregas. Pero no cesa en su intento por hacerlo evolucionar. Es una narrativa compleja, ambiciosa y cada vez más gloriosamente ensimismada. Que da pasos al frente. Que innova. Y aún así, resulta chocante constatar como, a lo largo del último año, un buen puñado de propuestas han subvertido esa norma sagrada optando por lo irreversible: sacar de la partida a una pieza principal, asesinar a uno de sus protagonistas.

¡Hay que tener redaños! Como escribí por twitter, me temo que “la mayor innovación narrativa en las series de los últimos años es la facilidad para cargarse protagonistas”.

Parafraseando a Poliptoton, hay espoilers como panes y peces en lo que viene a continuación, así que ojito. Para facilitar la lectura, variaré el estilo del blog y solo pondré en negrita y con enlace los títulos de las series. De este modo, el lector podrá “escanear” cada párrafo y decidir si debe saltárselo.

La muerte es el mecanismo dramático por excelencia, un terremoto para cualquier historia². Muchas series van aligerando roles a lo largo de la trama, ya sea por necesidades presupuestarias o por coherencia del guión. 24, por ejemplo, abandonaba a Jack Bauer en el infierno tras finalizar la primera temporada: salvar al mundo y obtener como “premio” la muerte de tu esposa. Hábil punto de no-retorno, vana melancolía del esfuerzo titánico. Tony Soprano y su banda ajustan cuentas con Pussy Bonpensiero al cierre de la segunda entrega y, paulatinamente, van cayendo legionarios… pero no es hasta el final de la serie -como es lógico- cuando los hachazos se ciernen sobre el reparto principal (Adriana primero, Moltisanti después). Los apaleados de Battlestar Galactica también se condensan en la cuarta temporada, cuando la expedición está ya a un secton de cumplir su tarea imposible.

Lo mismo se puede decir de, qué sé yo, Deadwood, The Wire o Sons of Anarchy, propuestas donde la muerte es moneda corriente. En las tres se atestan los cementerios, pero ningún personaje principal lo visita prematuramente. Bill Hickcock o el predicador son “retirados” en la primera temporada del western de la HBO, pero ninguno de los dos conformaba el cuarteto protagonista (Bullock, Swearengen, Trixie y Miss Garrett). En la epopeya de Simon -otra obra coral donde el concepto de “protagonista” es problemático- mueren pronto peones como Wallace o personajes con un arco limitado, como el Frank Sobotka de los puertos. Incluso un D’Angelo es asesinado cuando su jerarquía en la trama se torna marginal. El resto de combatientes se topan con la guadaña al final del trayecto: Stringer cuando su organización es desplazada por Marlo en la tercera temporada y muchos otros (Omar, Snoop) al despedir para siempre las calles de Baltimore.

El caso de Sons of Anarchy suena más interesante. La falta de agallas para dar jaque mate y llevar la trama a sus últimas consecuencias supone el gran lastre de Sutter y cía. Es algo -el abismo- con lo que amagó la cuarta temporada de Dexter, pero le entró el vértigo nada más asomarse. Al final, el asesinato de Rita se reveló como una excusa para quitarse de en medio a la familia del forense psicópata. Esta variante del “asesinato estratégico para la trama” sí tocó el cielo con The Shield, con aquella quinta temporada que partía en dos al emblema de la FX. Ya en el piloto habían optado por fundar el conflicto limpiándose a un personaje que parecía protagonista. Pero lo que relanzó todo fue la muerte de Lem -ascendido a principal ese año- un acto irreversible que espoleó los dos últimos años en una desquiciada cacería con aromas bíblicos y final estremecedor.

Bien. Este recuento -y muchos otros que habré dejado en el olvido- palidece ante lo visto en los últimos doce meses. En sus intentos por buscar nuevos ángulos, varias historias han afrontado las consecuencias de cargarse a uno de los protagonistas. Vayamos de menos a más. En primer lugar tenemos lo ocurrido en Southland, donde con nocturnidad y alevosía, sin que la trama lo insinuara, se cepillan a uno de los seis protagonistas en un episodio memorable (“Code Four”, 3.4.). No hay nada como flirtear con la mortaja para que un relato gane enteros y Nate Moretta ejerció de mártir para la causa. Fue una temporada memorable.

Después aterrizó Juego de tronos. La saga de George R. R. Martin es coral, no hay duda. Pero del once titular se fueron al dique seco ni más ni menos que cuatro jugadores, incluyendo lo más parecido a un protagonista: Lord Stark, el personaje de mayor empatía para el espectador. Un ratio altísimo y solo comprensible si entendemos el primer libro como un prólogo.

Hacia final de año llegó la bofetada más sonora. Boardwalk Empire exhibía, básicamente, dos protagonistas: Nucky Thompson y Jimmy Darmody. Dos centros gravitatorios. Dos ambiciones. Solo una ha sobrevivido a la lluvia. Un flujo similar ha agitado The Walking Dead, con ese ya legendario capítulo (“Better Angels”, 2.12.) donde Shane y Rick, por fin, ajustan cuentas con el destino. He leído los cómics y sé cuánto aguanta Shane en el papel, pero volvemos a lo de siempre: la serie de la AMC reclama autonomía narrativa. Y, hasta ahora, Shane (un personaje mucho más conseguido en la versión televisiva que en el cómic) constituía la mitad peligrosa y amoral de los vivos murientes. Por cierto, no ha sido el único personaje del núcleo central que ha caído en la batalla contra el apocalipsis de Kirkman y Mazzara, como analizaremos la semana que viene.

Aún con todo, el movimiento más radical lo ha dibujado la factoría Falchuck-Murphy. En American Horror Story mantienen el género, el aroma insano, el estilo alucinado, la estructura narrativa, la casa encantada… ¡pero resetean a todos los personajes menos uno! Una serie compuesta de miniseries unidas por el cordón umbilical de Constance. ¡Vaya novedad!

Estos tres casos podríamos aglutinarlos bajo la etiqueta “engordar para morir”. Dedicar tiempo en pantalla, esfuerzo narrativo y matices psicológicos para profundizar en un protagonista que, zas, es borrado del mapa con la facilidad de un chasquido. La jugada puede írseles por el desagüe, puesto que el espectador engancha con esas historias precisamente por sus caracteres principales. Sin embargo, hasta comprobar cómo caen al tatami tras estos dobles mortales con tirabuzón, no se puede más que aplaudir la osadía de los creadores, esos iconoclastas de la narración.

——

(1) También los relanzamientos de sagas, las adaptaciones y los remakes hacen tabla rasa y practican el efecto Lázaro, pero ésa -la fertilidad diegética- es otra historia.

(2) Incluso el percutor, como ocurre en propuestas donde un asesinato brutal -en fuera de campo- inaugura la trama: The Killing o Twin Peaks son los más sonados ejemplos al respecto.

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